No entiendo nada

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No entiendo nada. Me alegro pero no entiendo nada. Me estoy refiriendo, claro está, a la decisión del grupo Lactalis Puleva de avenirse, por fin, a razón y darse un periodo de cuatro meses para intentar vender la factoría de Lauki en Valladolid. Y digo que no lo entiendo porque, si esta era la postura inicial de la empresa, y no duden que lo era, qué sentido tenía someter a propios y extraños y, muy especialmente, a los trabajadores y sus familias a la angustia de las últimas semanas.

No está el pescado vendido, no podemos lanzar las campanas al vuelo pero, desde bien avanzada la noche del pasado viernes, el escenario es considerablemente distinto y ha convertido la incomprensible intransigencia de la firma en una hasta medianamente razonable propuesta.

Porque, ante el anuncio de cierre, no cuestionábamos, al menos este humilde columnista, el derecho de la compañía a tomar sus propias decisiones de gestión, como tampoco criticábamos la negativa a vender a un competidor; lo que ya no tenía un pase era la impermeabilidad, la cerrazón ante una posible opción de una empresa de otro sector.

Se podrá decir que ha sido la lucha de los trabajadores, sus movilizaciones, su presencia en los medios. Mucho me temo que no se trata de eso; antes bien, insisto, creo que la decisión inicial era la que ahora se anuncia aunque no descarto que la visita del presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, a París, abriera una grieta en el envase pues en ese momento pareció que las direcciones nacional (en España) e internacional (en Francia) del Grupo Lactalis no bebían de la misma vaca.

Y mientras, podemos ir extrayendo lecciones. Por ejemplo, que con rabietas que contrarían la libertad de empresa, con decisiones precipitadas heredadas de la Vieja Europa del Este, nada se consigue. Al final, blindar un suelo, con la falta que nos hacen las industrias, sólo da mala imagen y espanta a las soluciones. De manera que moderémonos y demos facilidades porque, poniendo trabas a la instalación de empresas, no estamos sino imitando a la propia Lactalis, cuyos métodos comunistas son ya conocidos en otras provincias y en otros países y que se resumen en impedir la libre competencia y, cuantas menos industrias, mejor. Quiero decir, que estaban encantados con el blindaje.

Insisto, no está todo arreglado; nadie nos garantiza que se cierre en estos cuatro meses una venta; ni siquiera que, una vez conseguida, la multinacional acceda finalmente a la rúbrica pero, seamos prácticos, aun en el peor de los escenarios, los empleados van a tener trabajo otros cuatro meses, y son cuatro meses más cotizando. Suerte.

Blog de Ángel Cuaresma

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