Los ‘macrocerdos’

porcino, cereales, lechones, lechones, tostones

¿De verdad tanto la España rural como la urbana puede permitirse el lujo de hacer ascos a proyectos que, más bien que mal, llevan algo de esperanza a nuestra maltrecha economía? ¿De verdad creen que los pequeños en su modestia pueden ofrecer más garantías que quienes cuentan con recursos para proveerse de lo mejor?

Pasan las semanas y no se apagan las reacciones a la comprensible polémica creada por las desafortunadas, sea por ignorancia, sea por mala fe, del ministro de Consumo, engarzado en una suerte de guerra contra todo lo que sea llevar algo de riqueza, bienestar, alegría y progreso a las familias de España. También es comprensible, y más en plena y precipitada precampaña electoral, que los partidos de la oposición nacional estiren y estiren las declaraciones, pero eso es otro asunto.

Lo verdaderamente importante, insisto, tan malo es que sea por ignorancia como por puro afán de hacer daño, es lo dicho por el aún ministro (te lo juro, ministro) en un medio de información de Gran Bretaña. Por resumir, ahora que a los resúmenes los llaman bulos, que en las mal llamadas ‘macrogranjas’ se maltrata a los animales y que la carne de España, ya no sé si toda o sólo la de esas instalaciones, es de mala calidad.

Ahora analizaremos cuatro aspectos que me parecen relevantes de estas sandeces pero, antes, déjenme decirles que creo que poco o nada, si acaso a favor, han influido estas vagas (vagas, de vago, claro) de un político del que poco se conoce, salvo que se gastó una fortuna en su boda pija en un predio de multimillonarios en La Rioja. Y poco más, que es una mezcla de señorito andaluz, bailarín argentino y diletante universal pero a la inversa, dicho con todo respeto a andaluces, argentinos y universales.

Pero, no nos perdamos y analicemos. En primer lugar, qué es ‘macrogranja’, quién le pone tal apelativo y a partir de qué número de animales los comunistas creen que la carne es buena y los animales son bien o mal tratados.

Segundo: me gustaría saber quién se traga que los animales son realmente maltratados cuando reciben comida, agua, atención sanitaria (la que se negó a nuestros ancianos cuando Pablo Iglesias ejercía el mando único) y hasta se les pone música para que su leche y su carne sean de mejor calidad.

Tercero: no me hagan reír. No nos hagan creer que las pequeñas explotaciones, que tienen su mérito y mucho, están en condiciones de ofrecer unas condiciones de salubridad mejores que aquellos que tienen unos recursos infinitamente superiores para optar a los mejores piensos, los mejores métodos de limpieza industrial, transporte, sacrificio, despiece…

Y cuarto y no por ello menos importante: en tantos y tantos países del mundo y también en el nuestro, el consumidor se pega, literalmente, por la carne española, y no hay más que ver los precios en los lineales para comprobar las diferencias de calidad. De ahí la importancia de un correcto etiquetado.

Hace unos años, no muchos, un bufón de una televisión no menos bufa, la emprendió a tiros (es una forma de hablar) contra el prestigioso grupo de alimentación El Pozo con un reportaje manipulado a base de imágenes y testimonios mutilados y sacados de contexto. Aquello no hizo ni toser a El Pozo pero, por qué con aquella empresa y no, por ejemplo, con Campofrío, una firma de similares características.

Pues muy sencillo: los propietarios de El Pozo, en el criterio de la enferma mente de la no citada televisión, son unos señores de lo que ellos consideran la derechona murciana, algo hoy gravemente sancionado. Por el contrario, los señores de Campofrío, también de la derechona, son más hábiles y encargan sus campañas de imagen a actores del régimen y se entregan a eslóganes tan políticamente correctos como falsos.

Como ven, un criterio sanitario.

Blog de Ángel Cuaresma

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