Estudian la agricultura del Maresme para contribuir a mejorar las políticas de reducción de fitosanitarios

Agronews Castilla y León

10 de septiembre de 2023

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Para conseguir un sistema alimentario más sostenible, la Comisión Europea ha diseñado la estrategia Farm2Fork, que propone reducir en un 50 % el uso de productos fitosanitarios entre 2020 y 2030. La estrategia refleja la preocupación sobre los posibles efectos perjudiciales de estos productos en la biodiversidad y en la salud humana. También llamados pesticidas, incluyen una amplia gama de sustancias, tanto para combatir plagas como para eliminar las malas hierbas. Hasta la fecha, el efecto de la estrategia europea no está claro y ello tiene que ver con la falta de datos sobre el uso de pesticidas y con la necesidad de actuar desde una perspectiva más local.

Lo explica Lucía Argüelles, investigadora del grupo Turba Lab del IN3 de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y autora principal de un estudio que aporta una mirada desde la geografía humana con un enfoque poshumanista al uso de herbicidas para eliminar la vegetación espontánea, popularmente conocida como mala hierba. El estudio se centra en quince explotaciones de horticultura, convencionales u orgánicas, de la comarca catalana del Maresme, donde la gestión de la vegetación espontánea representa uno de los principales costes y una de las mayores preocupaciones.

Entre enero y octubre de 2021, la autora realizó varias entrevistas en profundidad a los horticultores, trece hombres y dos mujeres, y también a cuatro equipos de técnicos agrícolas que los asesoran. Estos agricultores están viviendo una creciente prohibición de los herbicidas comúnmente usados y también están afectados por el cambio climático, los bajos precios, la urbanización y la especulación sobre la tierra. Todo esto incide en cómo se deciden las prácticas agrícolas del futuro.

El estudio pone en valor el gran conocimiento de los técnicos y técnicas sobre las dinámicas de las zonas en las que trabajan, e invita a convertirlos en actores clave para la consecución de las estrategias europeas con una mirada regional. También propone reducir la obsesión por eliminar a toda costa las plagas y la vegetación espontánea e incorporar una perspectiva más holística que valore en qué momentos se puede trabajar junto a ellas y no contra ellas. Para empezar, «se debe sacar del imaginario colectivo la idea de ‘campos limpios o sucios’ para referirse a la cantidad de vegetación espontánea. Se sabe que es beneficiosa para el suelo y para atraer fauna auxiliar», reclama la autora.

 

Una mirada más compleja

La investigación, que Argüelles ha llevado a cabo junto con el catedrático de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC Hug March, ha sido publicada en abierto recientemente en la revista científica Journal of Rural Studies. Bajo el título «A relational approach to pesticide use: Farmers, herbicides, nutsedge, and the weedy path to pesticide use reduction objectives», plantea una mirada poshumanista y relacional al uso de pesticidas. «Se trata de entender las relaciones que se generan entre diversos actores en vez de intentar comprender por qué un único actor, el agricultor, hace o deja de hacer algo. Las relaciones no son unidireccionales y las motivaciones de los agricultores no son únicamente económicas. Ampliamos la mirada y observamos que las relaciones son múltiples y cambiantes. Por ejemplo, hay ‘malas hierbas’ a las que no les afectan los herbicidas. También hay herbicidas que perjudican a los cultivos de manera accidental», detalla la experta.

Enfocándose en el caso del Maresme, los autores trazaron cómo la juncia (Cyperus rotundus), una hierba que se reproduce a través de unos pequeños tubérculos, «ha provocado importantes cambios en el manejo de la vegetación espontánea, ya que, desde la prohibición en 2005 de un pesticida llamado bromuro de metilo, es uno de los mayores quebraderos de cabeza de los horticultores», detalla Argüelles.

Hasta el momento, añade, a la hora de regular, se ha mirado a los agricultores de una forma estática, considerando que todos toman decisiones similares y que, a su vez, esas decisiones no varían entre cultivos o épocas del año. «Tenemos que escucharlos y entender sus historias, que tienen que ver con la zona donde trabajan, con su pasado familiar, con la ecología de sus granjas, con su economía, pero también con las emociones«, insiste.

Precisamente, Argüelles destaca las relaciones ambivalentes de los agricultores con los pesticidas e incluso con los técnicos y técnicas que les asesoran en cuestiones agronómicas: «Por ejemplo, el bromuro de metilo era muy efectivo, lo recomendaban muchos técnicos, pero también destrozaba el suelo. Los agricultores confiaron en los técnicos que lo recomendaron, lo que ha podido crear reticencias, aunque ahora estos tienen mucha más conciencia del impacto de los pesticidas».

 

Una mirada más local

En la misma línea, la autora principal del estudio recuerda que cada realidad local es muy diferente, por lo cual los planes de reducción de pesticidas tienen que adaptarse a cada región. Y aquí, dice, el papel de los técnicos, contratados por las administraciones, es crucial: «Los técnicos y técnicas poseen un conocimiento profundo sobre las dinámicas locales y están ahí para ayudar a los agricultores y mejorar la sostenibilidad de la agricultura. Creo que deberían estar mucho más involucrados a la hora de pensar cómo se desarrollan esos planes en cada región».

 

Una mirada más amplia

Asimismo, Argüelles subraya que el uso de pesticidas no es una actividad aislada y que no se puede resolver de manera independiente, sino que se debe actuar conjuntamente sobre otros problemas relacionados que afectan a la agricultura: «El uso de pesticidas debe ser entendido como parte de un sistema agrícola precario en el que los agricultores poseen, en general, poco poder de decisión sobre sus negocios».

Las instituciones públicas, advierte, tienen un largo camino para facilitar el cambio a una agricultura sin pesticidas y dejar de subsidiar indirectamente la industria de los pesticidas. «No es fácil para los agricultores cambiar de clientes o de maquinaria, pero ¿qué ocurriría si se estableciera una norma que indicara que todas las escuelas deben comer productos orgánicos? ¿O, qué pasaría si el consejo comarcal de cada región pusiese a disposición de los agricultores sistemas mecánicos de desherbado?», ilustra Argüelles.

 

De la playa al campo, una idea original

En este sentido, la experta pone como ejemplo una iniciativa de trabajo conjunto entre agricultores y técnicos. «Fue una idea que surgió de una Agrupación de Defensa Vegetal (ADV). Se les ocurrió que la máquina que se usa para limpiar la arena de la playa, que funciona como un tamiz, podría servir para filtrar los tubérculos de la juncia. Cuando hice las entrevistas, varios agricultores convencionales lo habían probado y les convencía. Lo que demuestra esta iniciativa es que los agricultores están abiertos y ven la necesidad de probar métodos nuevos más allá de los productos químicos», resalta.

 

Los riesgos de un futuro incierto

Durante las entrevistas, la investigadora recogió el estado de ánimo de los horticultores: «Sienten abandono, precariedad económica, ven muy difícil la gestión de las malas hierbas y todo ello acaba influyendo en cómo miran a las administraciones, a la tecnología o a los técnicos. Están preocupados por la falta de relevo generacional».

Todo esto, remarca Argüelles, supone riesgos importantes: «Si toda esta gente se jubila sin relevo, ¿quién comprará o alquilará las tierras? Probablemente, grandes empresas. Esto tiene implicaciones sociales, ambientales, en la biodiversidad… Los payeses están manteniendo el paisaje y haciendo cultivos muy diversos. Visto desde una lógica puramente económica, tal vez no es lo más eficiente. Quizás resulta más rentable trabajar muchas hectáreas con el mismo cultivo. Pero, cuanto más homogéneo es el cultivo, más necesitas los pesticidas».

La investigadora teme que, con la marcha de estos horticultores, se pierda un importante patrimonio cultural y de conocimiento, lo que no ayudará a afrontar el cambio climático. «Estos agricultores saben qué variedades usar y cómo cambiarlas, porque ellos ya han tenido que adaptarse. Perder este conocimiento por falta de relevo generacional pone en riesgo lo que venga después. Con el cambio climático, este conocimiento local es aún más importante», concluye. Este es, precisamente, el foco de un nuevo proyecto de investigación de la UOC, recientemente financiado por la Fundación La Caixa, y del que Argüelles es la investigadora principal.



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