«Ucrania y la dieta europea» José Luis Romeo Martín, Asociación General de Productores de Maíz de España

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La a nueva PAC que va a entrar en vigor próximamente es unánime- mente rechazada por los agricultores de la Unión Europea. Eso es así porque el instrumento creado para compensar la baja[[{«fid»:»60102″,»view_mode»:»media_original»,»type»:»media»,»attributes»:{«height»:344,»width»:473,»style»:»width: 300px; height: 218px; border-width: 5px; border-style: solid; margin: 5px; float: right;»,»title»:»José Luis Romeo, productores de Maíz»,»class»:»media-element file-media-original»}}]] renta de los agricultores ha dejado de cumplir ese cometido. Por una parte, el presupuesto de la PAC hace más de 10 años que se congeló y no asume ni los incrementos del IPC. Pero además el giro ecologista que ha tomado la PAC, restringiendo el uso de fitosanitarios, abonos y aumentando la superficie ecológica sabemos (ver Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA), la consultora HFFA Research , el Centro Común de Investigación de la UE (CCI) , la Universidad de Kiel y la Universidad y centro de Investigación de Wageningen) que va a suponer una disminución generalizada de la producción agrícola que oscila entre el 7% y el 30% dependiendo del cultivo de que se trate. Es decir, la PAC no sólo supone menos ayuda que antes, sino que tendrá como consecuencia menos producción agrícola y menos ingresos.

Como dicen esos estudios, en realidad producir menos en Europa no va a suponer que se haya menos contaminación en el mundo, porque lo que no produzcamos aquí lo tendremos que importar y se con- taminará allá. Es decir, los tomates, naranjas o maíz que deje de producir aquí por no poder abonar o proteger los cultivos con fitosanitarios, se producirán en Marruecos,

Sudáfrica o Brasil con los abonos y fitosanitarios prohibidos aquí y que contaminarán igual el planeta aumentando la desforestación. Aquí perderemos producción y empleo. Dependeremos más de terceros países en materia alimentaria.Y además los consumidores se tragarán los productos tratados con lo que en Europa estaba prohibido.

A raíz de la pandemia del COVID-19 y la guerra en Ucrania hemos visto cuáles son las consecuencias de depender de terceros países en materias estratégicas. Las fábricas de coches, electrodomésticos y equipos electrónicos se han parado por falta de chips. Las dificultades en el transporte marítimo de muchas materias que necesitábamos importar de fuera han ralentizado el funcionamiento de muchas fábricas. La falta de arribadas de barcos cargados de cereales, que fundamentalmente venían de Ucrania, ha encarecido los piensos y la cesta de la compra. El gas del que depende Europa ha subido a cotas nunca vistas, afectando a todos los sectores de la economía. Todo se ha encarecido: el papel, el cartón, el vidrio, los plásticos, los combustibles, los abonos… en una espiral inflacionista que acaba de empezar. La imagen de unas economías europeas débiles y asfixiadas por haber abrazado tesis ecologistas sin haberse previsto unas mínimas salvaguardas ha sido decepcionante. Son cuestiones muy graves que las están pagando, sobre todo, los estratos más bajos de la sociedad, tal y como ya habían advertido algunos especialistas .

La reacción europea para solucionar es- tos problemas ha sido la lógica:Tomar medidas para tratar de evitar nuestra dependen- cia exterior. En materia de chips, Europa ha lanzado un gran plan de 43.000 millones de euros para acabar con su dependencia de Asia y EE.UU. En materia energética Europa ha pasado a reconocer la energía nuclear y el gas como verdes. Se busca ampliar el número de proveedores de gas mientras se amplían esas fuentes energéticas propias.

Sin embargo, la respuesta en agricultura y alimentación ha sido la contraria a la que se ha producido en los sectores energético e industrial. En agricultura se ha creado escaso un fondo de 500 millones de euros (67 para España) para ayudas y se va a permitir cultivar excepcionalmente el 5% de tierras dedicadas a barbecho o superficie de interés ecológico (SIE) en 2022 (cuando ya está todo sembrado y además son las peores).

Pero sobre todo se insiste en acelerar la reducción del uso de abonos químicos y fitosanitarios, y en el mantenimiento de las medidas medioambientales previstas, porque consideran que, de ese modo, la agricultura europea será más resiliente y menos dependiente de importaciones, sin abrir la posibilidad de recurrir a tecnologías de edición genética que pudieran ayudarnos en este aspecto.

Creo que también podrían haberles dicho a las fábricas de automóviles que produjeran un 30% menos, porque así importaríamos menos gas, menos chips y menos tierras raras y serían fábricas más resilientes y contaminaríamos menos aquí. Y a cambio importaríamos coches japoneses y americanos y contaminaríamos allí. ¡Como si eso no nos afectara también!

Hace unos días asistí a una videoconferencia de Alan Belward, director en funciones de Seguridad Alimentaria del Joint Research Centre de la Comisión Europea, centro que cuenta con 400 científicos que asesoran a la Comisión Europea. Y cuando se le expuso que la restricción al uso de abonos y fitosanitarios supondría una disminución de producción y que eso podría afectar a la seguridad alimentaria europea nos dio una clara respuesta: Son conscientes de que se producirá una disminución de la producción, pero la seguridad alimentaria no se verá afectada porque piensan que con un cambio de dieta a favor de más vegetales y menos carne la alimentación europea no correrá ningún peligro.

A cambio habrá que comer más verduras, arroces y legumbres. Y seremos más ecológicos. Es un plan ideado desde arriba para imponer un cambio a la población, como los que se hacen en los países totalitarios. Esa es la idea de la Comisión Europea: Cambiar la dieta alimentaria europea. Si reducimos el consumo de carne, huevos, leche, yogures y quesos nos bastará con una cabaña ganadera más pequeña y precisaremos de menos cereales para alimentarla.

El inconveniente que le veo es que la situa- ción mundial no está para que nos dediquemos a bajar nuestra producción agrícola. En China la cosecha de trigo ha sido muy mala y la cabaña porcina ya ha alcanzado los 200 millones de cerdos que tienen que alimentar recurriendo a las importaciones. En el nor- te de Argentina y sur de Brasil tienen malas cosechas de maíz. En Ucrania no se va a po- der cosechar el trigo ni sembrar maíz o girasol. En Rusia también tendrán restricciones para exportar sus productos. Los fertilizantes a nivel mundial han multiplicado su precio por tres, y los agricultores fertilizan con cuentagotas.Y los países del norte de África intentarán comprar cereales donde puedan porque recuerdan muy bien las revueltas de la Primavera Árabe por los precios del trigo, como en México la crisis de las tortitas.

Es decir, este año y el próximo todo apunta a que la alimentación mundial se va a poner muy cara. Eso lo estamos viendo en los supermercados y en los datos de la inflación. Y lo que nos queda. Por eso parece que en Bruselas no se enteren de lo que está sucediendo y quieran echar más leña al fuego. Como Maria Antonieta cuando dijo: Si el pueblo no tiene pan, que les den pasteles.

José Luis Romeo Martín, Presidente de la Agpme (Asociación General de Productores de Maiz de España)


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