Queríamos creer que, superados los peores momentos de la pandemia, poco a poco iríamos recuperando cierta normalidad, pero se ve que no es posible. Después de la covid nos cayó la crisis[[{«fid»:»54509″,»view_mode»:»media_original»,»type»:»media»,»attributes»:{«height»:1024,»width»:740,»style»:»width: 250px; height: 346px; border-width: 5px; border-style: solid; margin: 5px; float: right;»,»class»:»media-element file-media-original»}}]] energética y de materias primas, arrastrando los precios hasta techos impensables. Y el pasado 23 de febrero llegó el caos absoluto, tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Dicen que el mundo está loco, y en estos tiempos parece que es así. ¿Cómo en pleno siglo XXI, en la misma Europa, puede prender una guerra de pueblos que fueron hermanos hasta hace poco, con familias y amigos compartidos a un lado y otro de su frontera? Eso es la guerra, muerte y destrucción, ilusiones y vidas rotas.
En España, y casi en todo el mundo, ya está teniendo y tendrá importantes consecuencias. En esta guerra nos hemos movilizado todos, solo una parte con las armas, pero el resto a través de la economía. En nuestro sector ha golpeado de lleno: falta energía y faltan materias primas esenciales para la alimentación, sobre todo para nuestra cabaña ganadera. El encarecimiento incontrolado pone en jaque a los agricultores y ganaderos, y también a la economía de todos los ciudadanos, como ya se está comprobando en los supermercados.
La crisis de Ucrania ha revelado en toda su crudeza las debilidades de la Política Agrícola Común que desde hace mucho denunciaba ASAJA: que en aras del postureo “verde” se ponía en riesgo la productividad y el abastecimiento de la población. La PAC se estaba moldeando a medida de una Europa que se creía rica y como tal se permitía desmantelar el tejido productivo, creyendo que siempre podría importar productos de otros sitios. Pero ahora todo se tambalea: la zona en conflicto representa el 30% del trigo, el 20 por ciento del maíz y el 50 por ciento del girasol mundial, por no hablar de los fertilizantes, del gas o el petróleo, que proceden de la zona y también de Rusia. Todos estos elementos necesarios para Europa, y para España en concreto, porque -aunque menos que otros países – somos deficitarios. Un buen año, en España tenemos una producción de cereales de 25 millones de toneladas, pero consumimos casi 15 millones más.
Ahora, deprisa y corriendo, vienen voces pregonando que hay que variar todas las políticas que llevamos años denunciando que nos llevaban a mal puerto. Pero la agricultura y la ganadería son oficios que necesitan tiempo, no puedes improvisar en un mes cosechas o granjas de leche. Sí urge modificar las condiciones de la PAC para poder sembrar desde ya el espacio posible en nuestro territorio, empleando barbechos estériles y permitiendo las mayores producciones de maíz y girasol, dos cultivos esenciales, y más en este momento.
Todo esto ha pillado al sector en plena campaña de protestas, que ha culminado ayer domingo en Madrid, con una manifestación histórica. Nuestra legítima reivindicación profesional tiene más trascendencia que nunca para toda la sociedad, porque reivindicar la producción agrícola y ganadera es reivindicar la alimentación de todos los ciudadanos. Dan ganas de correr a gorrazos a esos políticos -no todos, pero muchos-, que han dejado esquilmar la capacidad productiva del campo para convertirlo en un jardín. Pero ahora no es el momento. Estamos en medio de una guerra, que ojalá acabe pronto, y los agricultores y ganaderos tienen un papel fundamental que desempeñar en la retaguardia, el de productores de alimentos. Por eso es vital que nos garanticen los medios para poder producir y vivir dignamente de ello.
Donaciano Dujo, Presidente de ASAJA Castilla y León