Verdades y mentiras en Pesquera

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Algunos lectores me hacen llegar estos días su indignación por un anuncio escuchado en Navidad en el que Alejandro Fernández se autoproclama fundador de la Ribera del Duero. Sí, sí, ya sé que la culpa de esta mentira piadosa no es del provecto don Alejandro sino que todo se debe a que la especie degenera y, si no, que se lo digan a la familia Pujol, pero es una ocasión de oro para recordar quiénes sí y quiénes no apostaron hace ya más de tres décadas por lo que hoy es la denominación de origen.

En este corto espacio no entrare en muchos detalle e imposible será citar todos los nombres y todas las fechas pero, si de impulsores del proyecto hablamos, de aquellos que se lo creyeron a pies juntillas, déjenme decirles dos: Pedro Llorente, quien presidiera una denominación que sí es líder en su ámbito, Rueda, y el que fuera enólogo de Vega Sicilia, Jesús Anadón.

Hubo más, claro está, pero, puestos a escarbar, también nos encontraríamos con quienes, bien pasaban olímpicamente de la idea, bien la boicoteaban o se dedicaban a actividades comerciales más bien esperpénticas que en poco o nada contribuían a consolidar la imagen del producto. Llorente y Anadón, Anadón  y Llorente, pocas veces encontraron apoyo: los de la Diputación de Burgos (no entonces la de Valladolid), algún cooperativista y poco más.

Y los que hoy presumen (o les hacen presumir) de fundadores se peleaban con la familia, intentaban salir en el papel cuché y administraban, por llamarlo de alguna manera, bodegas físicamente no visitables, bien por su aspecto, bien por aquello del cumplimiento de las cosas con las que hay que cumplir.

Está por escribir, como en tantas circunstancias de la vida, la verdadera historia de la Ribera del Duero, la de sus impulsores y la de sus detractores, la de los que siempre empujaron del carro y la de los que se subieron a él ya en marcha. Aquellos héroes de principios de los 80 están respetablemente entrados en años, merecidamente jubilados, pero con la mente despierta, la lengua afilada y la pluma presta al folio.

Igual han de temblar aquellos a los que se les apagó la luz, Y ya saben lo que dicen de una bombilla que se funde: Lucía.

Blog de Ángel Cuaresma

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