
La verdad es que aún no he llegado a entender, y miren que llevo años en esto, esa obsesiva postura de los minoritarios grupos ecologistas por erigirse en defensores de todas las especies que pueblan la tierra, excepto de una: el hombre, entendiendo por tal el concepto antropológico que engloba a hombre y mujer. Y no será porque el hombre se caracterice, precisamente, por defender a los de su misma especie.
No les negaremos a estos grupos ecologistas, al menos a los que lo son de verdad, la labor desarrollada durante ya décadas en favor de la protección del medio ambiente, que sí que está amenazado, claro que si, y su ayuda a la hora de concienciarnos en hábitos que, insisto en reconocerlo, caminan en favor de la buena salud de todos nosotros. Pero, al tiempo, no deja de ser curioso, por decirlo suave, ese mantra que consiste en hacer chocar casi cualquier actividad humana con los difícilmente sostenibles planteamientos de unos colectivos que, en realidad, son muchos menos de los que sus diversos nombres aparentan.
Ya sea una fábrica, una instalación energética, una construcción… cualquier actividad que genere riqueza, empleo y en ocasiones hasta bienestar, se convierte en el foco de las iras de unos cuantos que, a juzgar por la repercusión pública de sus teorías y de sus acciones, parecieran ser los señores feudales, es decir, dueños y protectores, dueños de un mundo amenazado por seres de otra planeta.
Uno de sus blancos favoritos es el agricultor, precisamente el profesional más interesado en la protección del medio ambiente. Y, si hablamos de animales, sus favoritos a la hora de exigir protección, no son la vacas, la ovejas o… los cerdos, tan amigos ellos del ahorro de agua. Qué va. Su verdadero amigo es el lobo.
La última ocasión que se les ha brindado para organizar su propia cacería ha sido la decisión de los gobiernos de España y Francia de pedir a la Unión Europea que modifique la normativa que delimita las zonas en las que se puede cazar a este animal que, en el caso de Castilla y León, varían en función de que las manadas se encuentren al norte o al sur del Duero.
La petición institucional parece de los más sensato pues, aunque no se trata de salir a la caza del lobo así, a saco y a ver quién mata más animales, al menos debemos proteger a los ganaderos a quienes, al norte y al sur de la mencionada frontera natural (no tanta, a lo que se ve) el cánido genera disgustos y problemas económicos con cierta frecuencia. Eso por no hablar de los riesgos para la población, si bien es cierto que el temido mamífero no parece que sea especialmente amigo de enfrentarse al humano.
Advertirá el lector que he obviado cualquier chiste fácil o juego de palabras a los que se prestan los ecologistas, su denominación y sus formas de actuar. Será porque les tomamos en serio. Y al lobo, también.