“No disparen al pianista”

En este mundo al revés que habitamos, en el que los delincuentes son hombres de paz y las víctimas son (somos) golpistas, la izquierda consigue, una vez más, dar la vuelta a la tortilla.

Creo que a nadie se le escapa, sea cual sea su ideología, e incluso si cree no tenerla, la gravedad del momento político y social que vivimos y, lo que es peor, en el que vamos a entrar en cuestión de semanas. Soy, y escrito está en este medio, de los que desde primeras horas de la no tan sorprendente noche del 23 de julio, sabían lo que iba a pasar: Sánchez, más pronto que tarde, será investido presidente del Gobierno y, hoy, ni siquiera hay que despejar la incógnita de cuáles serán sus apoyos.

Sí quedan algunas equis por resolver, a saber, cuántos delincuentes condenados integrarán el Ejecutivo y cuántos artículos de la Constitución se vulnerarán, sin que nada pase, para lograr esa investidura. Y, por subir un peldaño más en la escalera del terror, aún habrá que ver cosas que nos helarán la sangre, que diría la muy respetada madre del recordado Pagazaurtundúa.

Hace unos días, informados del rendez-vous de la vicepresidenta desigualitaria del Gobierno al prófugo pensábamos que nada podía empeorar. Y nos imaginábamos, por ejemplo, a Zelenski arrodillándose ante Putin, a Biden pidiendo árnica a ese señor con cabeza de búfalo que protagonizó el asalto al Capitolio, o a Calvo Sotelo yendo a visitar a Tejero a la fortaleza prisión.

Nada podía empeorar. Y no sé si lo ha hecho pero, al menos, no ha mejorado. Bueno, sí, hay una pequeña reacción, una tímida iniciativa de la derecha, el centro-derecha y el centro de salir una mañana de domingo a manifestarse. ¿En defensa de qué? Nada, una minucia. De la Constitución o, lo que es lo mismo, de la igualdad entre los españoles.

Pues ya está el cisco montado. La derecha no hace sino lo que, a una escala descomunal, ha hecho siempre la izquierda: salir a la calle, manifestarse, aunque, eso sí, sin que nadie plantee, como Podemos, asaltar el Congreso.

Y entonces nos enteramos de que los golpistas no son Puigdemont o Junqueras; de que el terrorista no es Otegui. No, no, el golpista es Aznar, ese fetiche para la izquierda española, especialmente la mediática, que se ha atrevido, esa vez más tarde que pronto y en ausencia de líderes más actuales, a decir “Basta ya”. Vade retro, Satanás.

Al final, parece que PP, Vox y Ciudadanos no tienen miedo a la foto de Colón (jo, con lo bien que salió aquello) y saldrán este domingo a la calle ya veremos con qué éxito y con qué titulares.

Atrás quedarán unos populares ‘semperizados’, una nefasta campaña y propuestas harto absurdas como esa de “déjame gobernar dos años, que se me pase el mono, y luego ya te dejo ganar las elecciones’. Ya saben, lo de los mimbres y el cesto, lo de los polvos y el lodo.

Blog de Ángel Cuaresma

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