María Guardiola tuvo su minuto de gloria. Ahora, no le aguardan cuatro años de infierno porque a nadie le amarga el dulce de presidir una región pero a muchos quedará el mal sabor de haber entregado al PSOE la presidencia del Parlamento.
Guardiola, con ese premonitorio apellido que ya huele a poco amigo de España (que me perdonen tantos miles de guardiolas que sí aman, con toda seguridad, a su país) es un producto ‘termomix’ de esos dos linces a la hora de atraer votantes que son Alberto Casero y Borja Sémper. Dicen que basó su campaña, aunque yo más bien creo que fueron dos o tres exabruptos, en un programa ideológico más parecido al casoplón de Galapagar que a lo que quieren dehesas extremeñas y barriadas populares, que, parece, no era otra cosa que Vara dejara de darles la ídem y, poco después, echar a Sánchez.
Logró un resultado aceptable para la derecha (sí, sí, derecha) extremeña pero bastante alejado, por méritos propios, del obtenido en su momento en una región tan cercana como Andalucía u otras de diferente perfil como, es sólo un ejemplo, La Rioja. Pero los números, tan taxativos como endiablados, le permitían no sólo salvar los muebles sino formar un gobierno estable similar, consejero arriba, consejero abajo, al de otras comunidades.
Pero no, ella es rebelde porque el mundo la hizo así (en realidad es lo más dócil que he podido encontrar con los tópicos de la izquierda y sumisa con el pensamiento woke) y había que dar la nota. De primeras, su negativa a pactar con Vox, la única solución posible, la encumbró a las portadas, nunca se verá en otra, de la prensa nacional y la convirtió en heroína de debates y PPertulias. El argumento, tan falaz como fácil de desmontar, es que su ego ayudaba a Feijóo a salvar la cara y que no pareciera que, ya desde el primer momento, el presidente nacional del partido se entregaba a los de Abascal.
El repertorio, que ni siquiera salió del argumentario de Génova, 13, duró menos que un plato de migas extremeñas sometido al cambio climático. Ítem más, no éramos pocos los que sosteníamos que, con su soberbia, María de la O, “que ‘desgraciaíta’, gitana, tú eres, teniéndolo ‘tó’”, había hecho a Feijóo un siete más grande que el teatro romano de Mérida.
Claro, el apoyo de los PPertulios a Guardiola duró hasta que supieron que la dirección nacional del partido no apoyaba a su, ya para esos días, tambaleante candidata. El PSOE se había hecho con la Asamblea legislativa y la amenaza de nuevas elecciones era la garantía de que los populares perderían uno o dos escaños.
Hoy, se ha impuesto el sentido común, Guardiola gobierna con quien ordenaron los ciudadanos y unos y otros han perdido un tiempo precioso y, sobre todo, estuvieron a punto de perder la conformación de un escenario tipo normalizado que facilite al presidente nacional formar un gobierno sin prejuicios. Al tiempo.