Lula no silba

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La inoportuna y poco deseable visita del presidente de Brasil, Lula da Silva, a España es una ocasión de oro, él tan aficionado el metal precioso, para reflexionar sobre la trayectoria de este personaje que está cubriendo de gloria a su país y al resto de Iberoamérica.

Así, para empezar, cuesta asimilar, aunque a veces se entienda de manera resignada, que el tal Lula sea recibido y posteriormente agasajado con todos los honores. Es algo que al presidente Sánchez habrá llenado de satisfacción y con lo que el Rey, una vez más, ha tenido que tragar, por aquello del respeto institucional, la neutralidad y tantos etcéteras que, en ese caso, más bien son ‘patatín patatán’.

Nadie, o muy pocos, han contextualizado su visita con el yo creía que obligado recuerdo de su condena por corrupción, de la que no se rehabilitó, y no lo fue porque el indulto lo firmó un juez (o así) de la candidatura del propio beneficiado (ni Baltasar Garzón, ni Grande-Marlaska mejoran esta marca). Tampoco, parece, era plan de hablar de las sacas con votos que los sindicatos paseaban (qué manía la de éstos con los ‘paseíllos’) por las carreteras de los lugares más recónditos de la Amazonia, aquellas regiones en las que la candidatura de izquierdas resultó ganadora.

Lo que no se pudo evitar, quién sabe si por imperativos de la comúnmente llamada rabiosa actualidad, o por la insolencia del invitado a la hora de meter la pata, es el repetido testimonio de Lula en defensa de Putin o, al menos, no suficientemente a favor de la causa ucraniana. Y digo insolencia del invitado pero también lo entiendo: el chico, tonto no es, la cárcel aguza el i genio (dicen) y él sabe que sus palabras no tendrán la repercusión merecida en la Prensa, ni en la nacional, ni en la internacional. Una ventaja má sobre sus competidores.

Hasta ahora, habíamos asistido, muchos impasibles, a la tibieza la izquierda europea, de los ‘podemitas’ españoles, entre otros; a la sonrisa de falsete de los mandatarios chinos o al mirar para otro lado de la mal llamada socialdemocracia, acalladas sus conciencias con algún que otro tanque reciclado.

Y, de esta guisa, subió un escalón más en la estrafalaria defensa de la invasión rusa. Lula fue más allá: cuestionó la independencia de las repúblicas que se libraron del yugo tras la caída del muro y su ataque verbo-político a Ucrania y, especialmente, a Crimea parece extenderse a todos aquellos países que tanto sufrieron durante décadas de comunismo y cuyas víctimas se cuentan, si es que es posible contarlas, por millones.

Este puede ser, de aquí a no mucho tiempo, uno de nuestros socios comerciales preferente si antes, ya lo intentó, no arruina a su pobre país. Ojalá Lula no silbe, ni pinche, ni corte.

 

Blog de Ángel Cuaresma

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