La vendimia

Estas fechas de  finales de septiembre y primeros de octubre muchos de nuestros pueblos, comarcas enteras, viven presa de una bendita y frenética actividad: la vendimia. En torno a este momento del ciclo agronómico se desarrollan actividades profesionales, lúdicas, culturales, gastronómicas… todas bajo un denominador: festejar la recogida de un delicado fruto que, si todo se da según el protocolo, devendrá en un preciado caldo.

En Castilla y León, como en tantos otros lugares pero muy especialmente aquí, la vendimia nos habla de contratos laborales, de jóvenes y no tan jóvenes que emplean agotadoras jornadas para sacarse unas perrillas con las que pagarse los estudios o tirar una temporada; la vendimia nos habla de empresarios atareados, de jornaleros, de transportistas, de pesadores, de pisar la uva y degustar el primero de los mostos, el más dulce… Les invito a que, sin molestar, intenten telefonear a una de nuestras bodegas, o acercarse por allí, y comprobarán cómo unos y otros no dan abasto para atender todos los frentes. Pero, al final, la experiencia y el buen hacer de tantos años permiten, no sin esfuerzo y preocupaciones, llegar a buen puerto.

Hay que elegir el momento, no sólo los días, hasta las hora más propicias para vendimiar; hay que saber qué se selecciona y qué se desecha, hay que cerrar precios justos para todas las partes y, por encima de todo, hay que pensar en el futuro, el que aguarda al fruto dentro de unos meses, o de un año, o quien sabe cuántos más. Hay que pensar ya en barricas, en botellas, en etiquetas. O quizá para esto aún es muy pronto.

Y mientras, como Lázaro y el ciego, hay que ir probando las uvas, comiendo de una en una, de dos en dos o de tres en tres hasta que, concluida la tarea, llegue la fiesta, en unos lugares con música, en otros con un sencillo pregón, en todos ellos con la alegría de un vendimia más que nos echamos al calendario.

He leído estos días a prestigiosos columnistas que escribían, también, de la vendimia y de la importancia del rito y de todo lo que conlleva . Y les he leído, también, alertando sobre el riesgo de que el sector, no todo, por supuesto, muera de éxito, se olvide de sus raíces, de sus orígenes, y sustituya la calidad por las alharacas, o al menos las añada. El buen paño es verdad que en el arca se vende pero nuestros vinos no necesitan de mausoleos, ni de faraones, se nutren de la calidad de la uva y el tiempo exacto en la barrica adecuada, pero en una bodega que puede seguir siendo sencilla.

Por favor, no matemos la gallina de los huevos de oro.

Blog de Ángel Cuaresma

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