La caída de Casado

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Dicen que Pablo Casado cayó por su enfrentamiento con Díaz Ayuso. Dicen que cayó por las presiones de los (supuestos) militantes a las puertas de Génova, 13. Dicen que poco ayudó la figura del secretario general. No es del todo cierto.

Es verdad, no lo negaré, que el absurdo pulso lanzado a la presidenta de la Comunidad de Madrid precipitó las cosas. Es verdad que el ímpetu juvenil del entonces secretario general, Teodoro García Egea, contribuyó a infectar las heridas. Y es verdad, pero mucho menos, lo de las presiones de los militantes a la orilla de la gafada sede nacional del Partido Popular. Y es menos verdad porque nunca sabremos cuántos de aquellos eran militantes del PP, cuántos simpatizaban con otras formaciones ávidas de aventar la división y cuántos, simplemente, pasaban por allí con su teléfono cerca.

Es verdad que esa cadena de hechos, puede que meramente circunstanciales, contribuyó a precipitar la caída de los dioses pero mucho me temo que la decapitación del líder comenzó aquella infausta mañana de otoño en la que un supuestamente sólido Casado convirtió una moción de censura contra Sánchez en una moción contra Santiago Abascal y, por extensión, contra Vox, que se le había adelantado en la acendrada crítica al Gobierno.

Aquella moción, como sabemos aunque nos lo oculten, podía haberse saldado con una pírrica victoria de Sánchez, por apenas unas decenas de ‘nóes’; sin embargo, arrojó lo que técnicamente podemos llamar centenares de votos en contra. Eso es lo que verdaderamente reforzó al presidente del Gobierno de España.

Al día siguiente, las portadas recogían lo que horas antes habían pregonado en Twitter los que se dicen moderados: más o menos, que Casado seguía en la oposición per saecula saeculorum pero se había consolidado como un gran estadista llamado a dirigir los destinos de las próximas generaciones en España y en Europa.

Los mismo, tantos los de las redes como los del papel, se ensañaban, no mucho tiempo después, con un Pablo Casado que, de la noche a la mañana, se veía destronado y era relevado por quien, poco antes, al no verlo seguro, había rechazado someterse a la elección de los militantes.

Han pasado los otoños y, hoy, estamos en las mismas: que no salen los números, que no se puede ganar, que la censura refuerza al censurado (esta es muy buena, eh), que mejor no, que a mí no se me ha ocurrido, que no sea que nos toque trabajar.

Pues eso. Pues nada

Blog de Ángel Cuaresma

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