Hablando de vinos

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Las denominaciones de Orgien de Rueda y Ribera de Duero (no me extenderé en los elogios) han presentado esta semana un ambicioso plan de proyección en el siempre complicado mercado de Estados Unidos, un país con muchos, muchos consumidores pero con no menos problemas de penetración. A los vinos, les sucede lo que a tantos otros sectores, que llegan a cualesquiera de las grandes ciudades estadounidenses y su presencia se diluye entre actividades culturales, cursos, conferencias, museos, exposiciones, macrocentros comerciales, tráfico y miles y miles de empresas, cada una vendiendo, o intentándolo, su actividad.

Pero, claro, no por difícil hay que dejar de estar. Todo lo contrario, la dificultad es un reto más al que plantar cara y bienvenidos sean los 18 millones de euros que, en cinco años, se van a invertir de manera conjunta para asaltar un mercado en el que ya nos han comido la oreja no sólo países como Italia, Australia, Chile o Argentina, sino denominaciones de origen españolas mucho más modestas que las nuestras y no sólo esa en la que ustedes están pensando y a la que posteriormente me referiré.

Para tan ardua tarea, cuyo objetivo-recompensa es multiplicar por diez el millón de botellas que se vende en la actualidad, las mencionadas denominaciones ya cuentan con la experiencia de Felipe González Gordon, un personaje muy interesante al que avalan no sólo su experiencia en el sector sino también su conocimiento de la sociedad norteamericana, no menos compleja e interesante.

Sin embargo, y como les he prometido que no me iba a extender en los elogios, todo tiene un pero. Estoy de acuerdo con las líneas generales de este proyecto y con la más que potente inversión que requiere aun cuando no se consiguieran todos los retornos previstos. Pero es que yo creo, y los números cantan, que el problema es otro y no podemos, ni debemos, escudarnos en una crisis generalizada del consumo del vino. No, no, el problema es otro.

No negaré que nuestros vinos, al menos los de las denominaciones clásicas, las de antes de que las calificaciones empezaran a repartirse con criterios laxos, gozan de una calidad que merece situarlos, con criterios mínimamente objetivos, entre los mejores de España y del mundo en las tres tradicionales acepciones de blancos, tintos y rosados. Sin embargo, siempre hay un pero, o muchos.

El primer pero: que, siendo verdad, creo, esto que les digo de la calidad, tampoco debemos considerarnos el ombligo del mundo y mirárnoslo, el ombligo, mientras otros nos adelantan mirándose la cabeza. En segundo lugar: la calidad tiene un precio y no debemos tirar el mercado con saldos y ofertas pero tampoco vayamos a matar la gallina de los huevos de oro con precios de ídem. En tercer lugar: viajemos, sí, a Estados Unidos y a donde haga falta, pero me gustaría saber a dónde no viajamos porque, de verdad, hay lugares muy próximos a Castilla y León en los que encontrar nuestros vinos es tarea digna de Indiana Jones.

Y, finalmente, lo escribiré con cierta brutalidad: si tenemos los mejores vinos de España y del mundo por qué, tantas y tantas veces, en tantos y tantos lugares, incluida nuestra Comunidad, esa calidad se asocia a Rioja. ¿Por qué? ¿Es que son más listos?

Blog de Ángel Cuaresma

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