Feijoo contra Feijoo

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La incomprensible decisión del presidente del PP de enmendarse a sí mismo y de celebrar el estacazo que el TC ha dado a su propio partido no parece que vaya a sumar un solo voto de quien nunca le votará mientras aborta la posibilidad de recuperar los que la otrora formación de centroderecha ha ido perdiendo en modo sangría.

La única explicación que los palmeros vienen dando estos días es que el flamante y siempre tan indefinido líder pretende atraer votos del, asómbrense, centro político. Tal opción, de entrada, no es que sea un insulto a la inteligencia, es que, por ser más mundano, es una afrenta a los verdaderos orígenes del centrismo. Éste, a saber, nacería no de la equidistancia actual, sino de una serie de valores relacionados, sí, con la libertad, pero cuyo ‘centro’, y no es un juego de palabras, estaría en la vida y su defensa. Esta apología, no sería, por tanto, cosa de la derecha ni, mucho menos, de eso que genéricamente y con tan poca concreción, se llama extrema derecha.

La defensa de la vida estuvo, no sé si permanece, en las formaciones y, sobre todo, en las personas que se definían como centristas, concepto hoy ya diluido en el pensamiento ni-ni (ojo al oxímoron) al que habrá que dedicar una reflexión antes de las elecciones.

Pero volvamos al protagonista de nuestro artículo. Las calamitosas palabras de Núñez Feijóo, con esa aceptación sumisa y arrodillada de una decisión mucho más política que jurídica, para eso se renovó el TC, nos retrotraen a los tiempos de Rajoy que creíamos superados con la llegada y abrupta salida del fugaz Pablo Casado.

Nos devuelven a esa Galicia en cuyo gobierno regional ya se ensayaron las mal llamadas leyes ‘de género’ que luego serian copiadas por ejecutivos considerados progresistas; a esa Galicia en la que las políticas lingüïstico-vernáculas dejaban en mantillas a las de vascos y catalanes.

Se han roto, esperemos que no definitivamente, los puentes con quienes pueden llevar, primero, a doce candidatos autonómicos a la presidencia de sus regiones, a centenares de alcaldes y presidentes de diputación a sus corporaciones y, meses después, al propio Feijóo a la Moncloa. Y no estoy hablando (sólo) de socios de coalición, hablo de votantes.

Pero, por encima de todo, nadie, o casi nadie, nos aclara por qué la ley de plazos, qué vulgaridad de nombre aunque sea coloquial, establece en 16 semanas y no en 15, en 17 ó en nueve meses, la fecha en que podemos matar al feto.

Blog de Ángel Cuaresma

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