Olvidado ya el espejismo del pensamiento unívoco y superado el exceso de aforo del debate a siete, los más próximos a la política se disponen a afrontar el realmente único debate de la campaña, ese en el que estarán presentes quienes, sin ganar las elecciones, decidirán el Gobierno.
Esto de los debates es como tantas cosas en la vida actual. Se empeñan, así, en tercera persona, en etéreo, en convencernos de que la tierra es cuadrada y de que en realidad no nos gusta el dulce. Se empeñan en decirnos que nos gusta que nos mutilen las opciones, que decidan, no a quién debemos votar (faltaría más) sino a quién debemos ver en la televisión. Han sustituido la crítica, la feroz y la suavecita, por algo mucho más sutil, el silencio, el anonimato, ese método tan trillado por el comunismo en la Vieja Europa que hoy aplica de manera inmisericorde una parte de la derecha en la no menos Vieja España.
Y cuando el método no cuela o no es lo suficientemente eficaz, que es evidente que no lo es, el niño se enfada, se rebota y ya no nos deja jugar con una pelota que cree suya. Y así, de esta guisa, pretende “que se fastidie el coronel, que no como rancho”.
Esta semana, empieza y termina el debate. No diré yo que sea el decisivo porque ya nada que se cueza en los medios es decisivo. De ahí, quizás, la negativa, errada negativa, por otra parte, de los líderes políticos a conceder entrevistas o a asistir a los propios debates a los que, ley por medio, te invitan.
No será decisivo pero supongo que somos muchos los que estamos deseando sentarnos, palomitas, refresco de cola y Dios mediante, para ver el combate entre el dúo Sánchez-Díaz contra el dúo Santi-Abascal. No faltará quien piense que es un error, que el aspirante de Vox tendrá que hacer de Santi, de Abascal y de Feijóo; que juega con uno menos en el equipo y en campo contrario. Pero sí soy de los que confía en que el árbitro, al menos esa noche, no estará comprado, soslayado ya el escollo de odaliscas podemitas y bufones peperos de las noches de blanco satén.
No será un debate decisivo, ninguno lo es y ninguno lo será, pero Sánchez, con uno más en el equipo, ya no se enfrenta a una ensalada de frijoles sino a alguien que le va a plantar cara y al que no podrá reprochar sus pactos con Vox. ¿Lo pillará?