La gravedad de algunos nombramientos decididos en el aquelarre del PSOE y su falta de consecuencias son el síntoma de que la sociedad no tiene remedio, de que todo está perdido y de que preferimos vivir en un supuesto muelle confort sacralizando el ‘ojos que no ven, corazón que no siente’
La comedieta transcurrió más o menos conforme al programa de mano previsto. Ausencia de autocrítica, con alguna tímida excepción que luego veremos, aldabonazos a “la derecha y la extrema derecha” y, ya en modo podemita, cargas de profundidad contra algunos jueces, compañeros de profesión, por cierto, de (la tiene grande) Marlaska. ¿Se imaginan un aquelarre del PP o de Vox en el que se criticara a los jueces, a la Prensa, o similar?
Pero esto, como les digo, podía haberlo escrito y publicado el jueves, o días antes. En lo que quería centrarme ahora es en dos nombramientos, uno de ellos mera ratificación en su lugar de privilegio. Me refiero, lo han adivinado, claro, a Santos Cerdán: el epicentro de todo, el ojo del huracán, una mezcla de Bárcenas y el ‘Bigotes’ sin moción de censura y sin (aún) proceso judicial. Una suerte de ‘Tito Berni’ sin copas ni lencería al que la presunción de inocencia no tiene por qué blindarle como número tres, número dos ‘de facto’, de un partido al que, parece, los EREs de la Junta de Andalucía se le quedan pequeños. Esos jueces sí son buenos, ¿no?
Y qué me dicen del nombramiento de Pilar Bernabé, a la sazón (que rima con Mazón) delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, como miembro (integrante, quiero decir) de la Ejecutiva dizque federal. ¿Cuál es el mérito de Pilar Bernabé? Pregunto, más allá de ser la delegada del Gobierno que retrasó el envío de ayuda y cuya labor más destacada en este mes de tragedia ha sido la de insultar al por otra parte nada eficaz presidente del Gobierno regional.
Así las cosas, sólo dos voces discordante, y éstas también dentro de lo previsto, ergo igual no son tan discordantes: los representantes de la corriente Izquierda Socialista y el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, que, fiel a ese principio que tan buen resultado electoral le confiere, hace una crítica suave a su partido, se hace el selfie-canutazo ante los medios y luego sigue militando en el partido al que parece censurar pero con el que gana las elecciones a un PP desaparecido, también, en aquella región.
Tanta ausencia de autocrítica, tanto ego, tanto culto al líder, que se acaban haciendo un Page.
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