El fracaso de los Ribera

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El reciente informe Nielsen relativo a las ventas de vino de las diferentes denominaciones de origen durante 2014 ha traído a los caldos de Castilla y León una buena noticia y otra mala; esperada, sí, pero mala. La buena es que la Denominación de Origen Rueda se consolida como la segunda denominación en ventas , sumando los canales de distribución y hostelería, y la primera en lo que coloquialmente llamamos los vinos blancos, un mercado altamente competitivo que ya quisieran liderar los que tanto yerguen la cabeza en el sector.

La otra cara de la moneda nos la obsequian, un año más, los vinos de la Ribera del Duero, los que deberían ser nuestra joya de la corona, que quedan relegados a un poco decoroso tercer puesto, a años luz de la omnipresente Rioja. Sí, sí, ya sé que las distancias entre Rueda y Rioja también son abultadas pero comparemos productos del mismo segmento y de un mercado que debería ser similar.

La situación no es nueva y, si bien es verdad que, en los últimos 19 años, las distancias se han acortado, esta mejora no es más que de unas pocas décimas que no compensan el panorama desolador de unos vinos que, por no encontrarse, no se encentran ni siquiera en muchas provincias de Castilla y León, no digamos ya en comunidades vecinas como Cantabria o aquella en la que el lector quiera buscar.

Pero nada solucionamos con, año a año, cosecha a cosecha, dar a conocer las cifras del Nielsen y de otros informes similares y lamernos la patita. Algún día, engreimientos de majuelo aparte, habrá que empezar a preguntarse por las causas de que Rioja, vecina comunidad uniprovincial, siga siendo sinónimo de vino y Castilla y León, y muy especialmente la Ribera, se quede en plato de segunda mesa o, como el caso que hoy nos ocupa, de tercera. Y no me sirven las excusas de mal pagador  de las muchas hectáreas o las toneladas de producción, que será por terreno y además de calidad.

En alguna ocasión, me he referido en este mismo medio a los problemas (¿son problemas o mera incompetencia?) de distribución de los ribereños, pero somos muchos los que creemos que se trata de una cuestión de raíz, aunque aquí las raíces son las que menos culpa tienen, y difícilmente remediable.

Porque, si la calidad de los Ribera, añada arriba, añada abajo, es incuestionable (o eso dicen), ¿por qué no remontamos? No puede ser una mera cuestión de precio pues se supone que tal calidad va dirigida a un sector que no mira demasiado la peseta a la hora de deleitar su exquisito paladar. No puede ser sólo la antecitada deficiente distribución pues, insisto, ese mismo público no es de supermercado o de barra de tasca.

Olvidando rencillas provinciales, que las hay, incluso entre las tres que acogen a la Denominación; olvidando antiguas decisiones que llevaron la sede del Consejo a un respetado enclave que no diera problemas a la clase política de entonces y de ahora, es decir, que no fuera ni Peñafiel, ni Aranda de Duero, habrá que excavar alrededor de otro picón para hallar la causa de nuestros males.

Al final, habrá que concluir que Ribera lleva años perdida en erráticas campañas de comunicación y/o publicidad que no han conseguido dar, ni con un eslogan que haga marca, ni con una marca que se identifique con la tierra. Si a estas erráticas, pero no por ello menos costosas, campañas, le añadimos ese puntito de soberbia que tanto caracteriza a las gentes de nuestra bendita tierra y muy especialmente al sector que nos ocupa, tenemos un cóctel (creo que ahora lo llaman maridaje) de conformismo y resignación que no se diluye por mucha obra faraónica con la que tapemos el sol de las orillas del Duero.

Por más que convirtamos nuestras bodegas en estaciones de metro o en clínicas dermatológicas, al final, la tierra del vino no será la Ribera, ni siquiera Castilla y León. Como explica el diccionario, un ceporro no es sólo una “cepa vieja que se arranca para la lumbre”. Salud.

Blog de Ángel Cuaresma

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