La catastrófica forma en que la Administración (así, en general) está gestionando (es un decir) la tragedia de estos días no es sino un déjâ vu, una reproducción casi milimétrica de tantas otras situaciones en las que los ciudadanos nos hemos visto en el desamparo cuando no en la impotencia. Ante las inundaciones y su rosario de muertos y desaparecidos, la Administración ha vuelto a rebelarse como una vulgar sucursal de la naturaleza, con su crueldad, su impasibilidad, su fría y acerada neutralidad ante el dolor. La Administración, tan rauda y pronta en la vigilancia, tan lista con las multas, tan eficaz cuando se trata de buscarnos las vueltas (es decir, la cuenta corriente) para cobrarse venganza por los supuestos pecados ciudadanos, se muestra inútil a la hora de llegar a tiempo y socorrer a aquellos con cuyo trabajo y posteriores impuestos generan los recursos que no se ponen a disposición o lo hacen tarde.
No es la primera vez. Lo tenemos muy reciente aunque prefiramos olvidarlo. En los tiempos del covid, cuatro días hace como quien dice, la Administración tardó dos meses y medio en reaccionar y, cuando lo hizo, buena parte de esa reacción se circunscribió a amenazas, coacciones, multas, negación expresa de atención médica… decisiones algunas de ellas posteriormente declaradas ilegales que no lograron salvar la vida de decenas de miles de personas, que se nos fueron en medio del desconsuelo de propios y extraños.
Por ello, no son de extrañar reacciones populares (no parece que todos fueran de extrema derecha) como las vividas por los Reyes y Carlos Mazón (Sánchez huyó a tiempo) durante su visita institucional a algunas de las zonas afectadas. Reacciones que, a su vez, provocarán la reacción de los sectores públicos más sumisos, que se llevarán las manos a la cabeza y sobreactuarán imagínense con qué calificativos; reacciones, las del pueblo de Valencia, que probablemente no resulten eficaces pero menos lo resultaron los aplausitos de las ocho de la tarde allá por las primeras semanas de la pandemia.
Pero el cuento ha cambiado mucho. Aprendimos a base de bofetadas y aislamiento, esa fue la verdadera vacuna. Hoy, de nada sirve que las televisiones en abierto rotulen como si la bronca fuera contra el Rey si de fondo se oye con nitidez cómo mientan a la madre de Pedro Sánchez; de nada sirve que los formatos tradicionales ofrezcan la versión libre para el medio en un momento de eclosión de otros sistemas de comunicación que, con mayor o menor acierto, nos trasladan la realidad.
Es verdad que, al menos en el momento de redactar este artejo, sí han conseguido ocultarnos el único dato importante, o el más importante, la cifra de desaparecidos, como si fuera tan difícil sumar las denuncias. Pero es cuestión de horas, de muy pocas horas. No pudieron ocultar las muertes por el covid, del mismo modo que el franquismo no pudo ocultar las de la tragedia ferroviaria en Torre de El Bierzo, en 1944, o las de la presa de Ribadelago, en 1959. El sanchismo y el mazonismo tampoco podrán.