Covid 8M en archipiélago gulag

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Algo han cambiado las cosas, y no precisamente para bien, desde mi último y humilde artículo. Allá por primeros de mes, les decía que andábamos faltos de respiradores y mascarillas pero no de anestesia, vista la pasmosa (y pasmada) resignación con que los ciudadanos, siempre tan bien mandados, estábamos asumiendo las decisiones políticas, no todas basadas en criterios estrictamente científicos o sanitarios.

Hoy, y esto es lo único positivo, parece que algo ha cambiado; es verdad que los medios tradicionales, muy especialmente todas las televisiones en abierto, han acentuado su presión en favor del Gobierno y sus erráticas tesis y han constreñido aún más las cosas que se pueden y, sobre todo, las que no se pueden ofrecer. Sin embargo, esa censura, cuyo premio está cada vez más próximo, se ha compensado con una reacción popular en medios digitales, redes sociales, boca a boca… que no es sino lo que la Humanidad ha hecho desde sus orígenes.

No es menos cierto que, a esa reacción social, la izquierda, cada vez menos socialdemócrata, ha contrareaccionado con armas que pueden rivalizar en poder. Hasta ahora, lo hacían muy bien movilizando a los suyos, a quienes les va el sueldo en ello y a quienes aspiran a una canonjía (laica, eso sí); hoy, han dado un paso más y estamos ya en el camino hacia controlar las redes privadas, nuestros teléfonos, nuestros perfiles de Twitter y Facebook, y eso que pensábamos que los viajes a China estaban prohibidos. Pues parece que no, al menos a la China de Mao con escala en Caracas.

Eso por no hablar de la red de delatores, que se ha extendido como un reptil depredador en urbanizaciones, comunidades de vecinos y centros de trabajo. El chivato, sea por aburrimiento, sea por venganza, sea por miedo de lo que ve y oye, tiene a mano un teléfono para denunciar o un megáfono para increpar a quien igual sólo está haciendo su trabajo. Volviendo a China, recuerda aquellos tiempos, no superados, en los que los delatores husmeaban en la basura para ver si la vecina estaba embarazada de su segundo hijo.

Pero, si nos centramos en la reacción social, habrá que preguntarse por qué, aunque tarde, se ha producido. Pues porque la gente (por utilizar la terminología podemita) está muy harta de lo que está pasando en esta inmenso Gulag en el que han convertido a España y a buena parte de la sociedad occidental

¿Harta de qué? Pues de muchas cosas pero, sin duda, de un confinamiento que tiene más de ideológico que de sanitario y que se ha saldado, hasta la fecha, con 18.000 muertos y 177.000 contagiados. Todo un éxito el del confinamiento. Sí, sí, ya sé que la medida también se ha tomado por gobiernos de distinta ideología pero es que, como les decía, la tentación es muy fuerte, para cualquier gobernante y todas las ideologías tienen algo en común.

Ya nunca sabremos cuántos muertos y contagiados hubiéramos padecido sin estas medidas. Igual diez veces más, o igual los mismo. No lo sabremos, sobre todo teniendo en cuenta que, las autoridades, ni siquiera muertos saben sumar, y mira que los cadáveres, tan quietecitos ellos, se dejan contar. Pero, claro, están tan ocupados contando y presumiendo de multas, detenciones y escarmientos que lo de los fallecidos reales parece una minucia.

Tampoco sabremos, de estos 18.000 muertos, cuántos fueron provocados por el 8-M: ¿17.000? ¿16.000? ¿Ninguno? ¿Todos? Decía Mecano que nada tiene de especial dos mujeres que se dan la mano. El  matiz viene después, cuando lo hacen en plena pandemia. Esas mujeres, y esos hombres, que no ponen reparos, sino que ayudan, a una televisión que paga a una mujer por ir desnuda a transmitir las campanadas. Todo un ejercicio de coherencia.

En fin, que no les entretengo más, no sea que pierdan un rato de ver las televisiones en abierto, que tanto mal hacen las que edulcoran la realidad como las que exageran el desastre en las comunidades donde gobierna el PP. Pero, como conclusión, creo que, dado el fracaso del confinamiento y los muertos que, si no ha provocado, al menos no ha sido capaz de evitar, hora es ya de pensar en, con todas las cautelas posibles, levantar las restricciones porque, si queremos una sanidad sólida, necesitamos una economía sólida y ello no lo vamos a conseguir quedándonos en casa esperando el Santo Advenimiento, aunque sea por plasma.

Blog de Ángel Cuaresma

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