La matanza, origen pagano de una tradición

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La necesidad del hombre de conservar los alimentos para disponer de ellos en momentos de menos abundancia, le ha llevado desde su existencia a estudiar fórmulas que hoy, cuando menos, resultarían casi impensables; más si cabe, si se tiene en cuenta que algunas de ellas se remontan a sus orígenes y que al margen de rudimentarias herramientas, los métodos que utilizaba estaban basados en su profundo conocimiento de la naturaleza. De esta manera, en primer lugar, descubrió que el frío conservaba la carne y que, posteriormente, el fuego la hacía más apetecible y digestiva hasta su contacto con la sal; tres elementos que perduran en la conservación de los alimentos hasta nuestros días y que han sido fundamentales en la historia del ser humano.

Sobre estos tres pilares se asienta la matanza, una de las tradiciones más ancestrales que han acompañado al hombre desde los tiempos más remotos; un proceso que ha ido perfeccionando con el paso del tiempo hasta convertirse por momentos en su historia en la base de su dieta, especialmente a partir de que obtiene los conocimientos necesarios para domesticar animales y que en el caso del cerdo, se remonta a 7.000 años a. C. en alguna región de Oriente Próximo, pues no en vano, Homero ya recogió en su Odisea la convivencia de este animal con el hombre y el aprovechamiento que de él hacía.

El número de matanzas domiciliarias en la provincia de Salamanca se ha reducido en un 60 % en la última década. En la campaña 2014-2015 se analizaron 4.443 cerdos frente a los 10.846 de 2004-2005.

Pero la relación de este animal con la tradición que nos ocupa se encuentra un poco más cercana en el tiempo, y basta con observar algunos de los momentos de la matanza para situarla en un acto pagano de sacrificio a los dioses, costumbre muy arraigada en culturas anteriores y que se ha mantenido viva hasta la actualidad, si bien es cierto que cada año con menos intensidad.

La matanza de antes
[Img #519059]La matanza ha sido pues a lo largo de su historia, un momento de fiesta para los pueblos, reflejo de una sociedad de raíz campesina, carente de recursos, que vio en la cría del cerdo una salida en tiempos de escasez. Eran días para el regocijo familiar, todo un acontecimiento al que se brindaban agasajos en forma de convites y en el que aparecía la felicidad en forma de bromas y bailes, acompañados siempre por los sones de la gaita y el tamboril.

El eco en las calles, de lo que hoy muchos considerarían un chillido desgarrador, era para nuestros antepasados la canción más melódica que podía escuchar una familia a la puerta de su casa.

En apenas dos décadas desde que no hubiera casa con chimena ni doble que colgase el mondongo, el paulatino envejecimiento de la población rural, con una alimentación más equilibrada en cuanto a grasas, así como la aplicación al mismo tiempo de unas medidas cada vez más coercitivas dirigidas a garantizar el consumo sano de productos cárnicos, está motivando que la matanza tienda a convertirse en una tradición abocada a la desaparición.

Miguel Corral en www. salamancartvaldia.es



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