El glifosato y los productos fitosanitarios. Incertidumbres, dudas, normativas y uso sostenible

Agronews Castilla y León

22 de junio de 2016

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Los productos fitosanitarios son unos medios imprescindibles para la producción agrícola, tal como se indica en la introducción del Registro de Productos Fitosanitarios del MAGRAMA. Se trata de mezclas químicas que contienen una o varias sustancias activas, cuyo objetivo es proteger los vegetales y sus productos de organismos nocivos. También se consideran productos fitosanitarios a las sustancias que destruyen las plantas, regulan o inhiben su germinación. Los productos fitosanitarios contribuyen a aumentar los rendimientos en la agricultura y la calidad en los alimentos. Pero al mismo tiempo, su utilización puede tener efectos desfavorables en la producción vegetal y también puede entrañar riesgos para los seres humanos, los animales y el medio ambiente, lo que representa a menudo un coste demasiado alto para la sociedad.

Esa doble vertiente positiva y negativa de los fitosanitarios ha hecho que se encuentren en permanente estado de sospecha y que las informaciones disponibles sobre las consecuencias de su utilización sean sumamente contradictorias.

El último producto que aparece inmerso en una fuerte controversia es el glifosato, con defensores acérrimos y detractores implacables. Vamos a intentar aclarar en la medida de lo posible esta situación tan enrevesada, comentando el origen y las pruebas a favor y en contra del glifosato y de otros fitosanitarios que se encuentran en el “ojo del huracán”. También intentaremos manifestar algunas reflexiones que desde UPA consideran importantes para garantizar una producción sostenible de alimentos de calidad que es, en definitiva, el principal propósito que comparten todos los agricultores y ganaderos.

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Los productos fitosanitarios, sus ventajas e inconvenientes

Los productos fitosanitarios constituyen un heterogéneo conjunto de sustancias o mezclas de sustancias que se destinan a la prevención de la acción, o directamente a su destrucción, de insectos, ácaros, moluscos, roedores, hongos, malas hierbas, bacterias y otras formas de vida animal o vegetal que se consideran nocivas para la agricultura y para la salud durante los procesos de producción, almacenamiento, transporte, distribución y elaboración de alimentos.

La utilización masiva de los fitosanitarios se justifica indicando su contribución directa al incremento de las producciones agrícolas y a los rendimientos de los cultivos. En la actualidad, la población del mundo supera los 7.400 millones de personas. Durante los últimos 70 años, el aumento de la producción agrícola mundial ha sido 1,6 veces superior a la producción total conseguida en 1950. Según la FAO este extraordinario incremento de la producción agrícola se explica, entre otras causas por las siguientes:

  • La difusión en los países desarrollados de la revolución agrícola moderna (caracterizada por la motorización, la mecanización en gran escala, la selección, la utilización de productos químicos y la especialización) y su expansión en algunos sectores de los países en desarrollo
  • La existencia, más notable en los países en desarrollo, de una revolución verde (caracterizada por la selección de determinadas variedades de cereales y otras plantas domésticas de alto rendimiento adecuadas a las regiones cálidas, y por la utilización de productos químicos).
  • La expansión de la superficie de regadío, que ha pasado de 80 millones de hectáreas en 1950 a unos 324 millones de hectáreas en la actualidad.

Si los productos fitosanitarios son uno de los elementos claves que han contribuido al gran aumento de la producción agrícola, hay que reconocer también que tienen unos efectos negativos que resultan muy significativos y no conviene olvidarlos. Se asume que se trata, por su propia naturaleza, de sustancias peligrosas que tienen efectos sobre la salud y el medio ambiente. La historia de los productos fitosanitarios está llena de presentaciones que finalmente han sido prohibidas cuando se ha demostrado las consecuencias nocivas de su uso.

El caso más conocido, pero en absoluto el único, es el del DDT, un insecticida tan prestigioso en su tiempo que consiguió que se otorgase el Premio Nobel a su descubridor. El DDT fue una herramienta fundamental para reducir la incidencia de la malaria en muchas zonas del planeta pero, finalmente, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) prohibió su uso en 1972. En 2005 el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente incluyó el DDT entre los “plaguicidas y productos químicos industriales peligrosos que pueden matar a la gente, producir daños en el sistema nervioso e inmunitario, provocar cáncer y desórdenes reproductivos, así como perturbar el desarrollo normal de lactantes y niños». Se encuentra incluido entre una serie de productos que son «altamente tóxicos; son estables y persistentes y tienen una duración de décadas antes de degradarse; se evaporan y se desplazan a largas distancias a través del aire y el agua, y se acumulan en el tejido adiposo de los seres humanos y las especies silvestres».

El glifosato ¿qué es y cuáles son sus orígenes?

El glifosato es un herbicida de amplio espectro, desarrollado para la eliminación de hierbas y arbustos, que fue comercializado por primera vez por Monsanto en la década de los 70. Su patente caducó en 2000 y desde entonces muchas compañías producen glifosato con diferentes nombres comerciales, aunque el Roundup de Monsanto continúa siendo el herbicida más vendido en el mundo. En España están autorizados 125 productos distintos que utilizan en sus compuestos glifosato.

Veinte años después de que el glifosato llegara al mercado, Monsanto desarrolló plantas transgénicas tolerantes al glifosato (soja, maíz, algodón, etc.), lo que ha provocado una utilización mucho más amplia del producto. El glifosato mata todas las plantas sobre las que es aplicado, no sólo las “malas hierbas”, excepto los cultivos transgénicos modificados para ser tolerantes a este producto. El glifosato mata las plantas interfiriendo la síntesis de algunos aminoácidos. Lo hace inhibiendo una enzima que sólo es sintetizada por las plantas y algunos microbios, pero no por mamíferos.

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Las polémicas del glifosato

El glifosato se ha encontrado inmerso en polémicas desde hace ya bastante tiempo. Sus defensores y detractores esgrimen informes variados donde se ponen de manifiesto su inocuidad para la salud humana, en unos casos, o sus potenciales peligros, en otros. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) de los EEUU calificó en 1993 al glifosato como de “baja toxicidad” y estudios con similares conclusiones se han llevado a cabo también en Europa. Sin embargo, en marzo de 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el glifosato es “un probable carcinógeno para los seres humanos” reavivando una polémica que nunca ha desaparecido del todo. Estas polémicas son complejas y, además, están plagadas de “juego sucio”. La propia EPA ha encontrado que algunos laboratorios contratados por Monsanto para estudiar los efectos del glifosato han falsificado los resultados de sus investigaciones, lo que ha provocado, incluso, procesos judiciales que han terminado con penas de cárcel y multas millonarias. También Monsanto fue condenado en 2007 en EEUU por publicidad engañosa sobre el glifosato, al presentarlo como biodegradable y sin efectos sobre el suelo.

La valoración de la OMS ha avivado extraordinariamente las reacciones contra el glifosato, a pesar de que otros estudios (por ejemplo el de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria) indican exactamente lo contrario. En la Unión Europea ha comenzado un tira y afloja de imprevisibles consecuencias, ya que la autorización sobre su uso vence en junio de 2016 y las posiciones están completamente polarizadas. En un primer momento, la Comisión pretendía extender la autorización por otros 15 años, pero el Parlamento planteó, en una votación no vinculante, una prórroga de únicamente 7 años y en la posterior contrapropuesta se habló de 9 años. Este baile de cifras tuvo su penúltima parada el pasado 19 de mayo, cuando, al no existir un acuerdo entre los Estados miembros de la UE, se provocó un nuevo retraso en la aprobación del permiso para el uso del glifosato en Europa. El 30 de junio aparece como la fecha límite. Si no se toma la decisión antes de ese día, el glifosato dejará de estar autorizado en la Unión Europea y su uso, por tanto, prohibido.

¿A favor o en contra de los fitosanitarios?

Los agricultores y los ganaderos son los primeros interesados en producir unos alimentos de calidad y sin riesgos para nuestra salud y para la de los consumidores. También están comprometidos en la preservación del medio ambiente, ya que nuestro futuro depende directamente de ello. No son, aseguran desde UPA, por tanto, los causantes de los problemas que puedan derivarse del uso (del mal uso podríamos decir) de los productos fitosanitarios, sino una de sus principales víctimas. Es radicalmente erróneo, entonces, incluirnos en las filas de los defensores a capa y espada de la utilización masiva de fitosanitarios.

No se trata entonces de un debate de estar a favor o en contra del uso de los fitosanitarios, lo que pedimos son normas claras sobre su utilización, que no estén modificándose todos los días, obligándonos a acometer inversiones cuantiosas que ponen en peligro el porvenir de nuestras explotaciones. También queremos alternativas para producir con seguridad. Creemos que las administraciones públicas deben preservar la salud de los consumidores (y también de los productores y productoras) y ofrecer alternativas a los agricultores y ganaderos.

Hay que ser cuidadosos con las valoraciones sobre los efectos de los productos fitosanitarios y no caer en el alarmismo infundado, con conclusiones basadas en estudios poco rigurosos y que, a menudo, responden a intereses particulares. Si se confirman las amenazas para la salud o para el medio ambiente, hay que ser implacables y prohibir la utilización de cualquier producto peligroso. También hay que insistir en que las normas y garantías que exigimos a los productores europeos de alimentos se hagan extensivas para todos los productos que importamos. Observamos con preocupación lo que ocurre con acuerdos como el de Marruecos, con productos hortícolas que inundan los mercados europeos habiendo sido producidos con sustancias prohibidas en el territorio de la UE. También debates como el del tratado transatlántico (TTIP) son paradójicos, ya que por un lado la UE debate establecer más restricciones a numerosos productos que son el pan de cada día de la agricultura estadounidense, mucho más proclive al uso del glifosato que los productores europeos.

Desde UPA asisten con mucho interés y responsabilidad a los debates sobre los efectos del glifosato y otros productos fitosanitarios y queremos ratificar nuestro compromiso por una agricultura y ganadería sostenibles, que proporcionen alimentos de calidad y que preserven los recursos medio ambientales.

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¿Qué pasó con los neonicotinoides?

Más allá del glifosato, la verdad es que la relación entre los humanos y los productos fitosanitarios está plagada de ejemplos que muestran cómo, a menudo, estamos jugando con fuego y que el uso de determinados productos tiene unas consecuencias muy graves para nuestra salud y para el medio ambiente. Sin volver a comentar la historia ya conocida del DDT, podemos recordar brevemente el caso de los neonicotinoides. Éstos forman una familia de insecticidas neuro-activos químicamente relacionados a la nicotina, que actúan sobre el sistema nervioso central de los insectos. Los neonicotinoides causan en los insectos una parálisis de su sistema nervioso que lleva a la muerte en pocas horas, aunque apenas resultan tóxicos para los mamíferos. Bayer creó el primer neonicotinoide en 1990 y todo parecía ir estupendamente hasta que se comenzó a relacionar su creciente aplicación con la drástica reducción de los censos de abejas. En la actualidad hay varios estudios disponibles que establecen una relación de causa y efecto entre la utilización de estos insecticidas y la disminución de las colonias de abejas y de otros insectos polinizadores.

En abril de 2013, 15 de los 27 estados miembros de la Unión Europea, entre ellos España, votaron a favor de aprobar una prohibición de 2 años en el uso de tres neonicotinoides. 8 países votaron en contra de la prohibición, mientras que 4 se abstuvieron. La acción de la Comisión fue una respuesta al estudio presentado por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria que observó “elevados riesgos agudos” para las abejas al ser expuestas a ciertos neonicotinoides que se manejan en los cultivos de cereales y girasol. Asombrosamente, unos meses después de votar a favor de la prohibición, el Ministerio de Agricultura aprobó una autorización excepcional para la comercialización de dos insecticidas para tratamiento de semillas de las mismas características de aquellos que fueron señalados como causantes de la muerte de las abejas.

¿Hay alternativas para los productos fitosanitarios?

El reconocimiento de las contribuciones positivas y negativas de los productos fitosanitarios no quiere decir que no existan alternativas a su uso, aunque esas opciones tengan algunos costes sociales y económicos que tampoco deben obviarse.

Tal como indicaría cualquier organización ecologista, el único enfoque completamente seguro para reducir nuestra exposición a los fitosanitarios es la agricultura ecológica. Este modelo productivo es, tal como indica la definición del MAGRAMA, “un compendio de técnicas agrarias que excluye normalmente el uso, en la agricultura y ganadería, de productos químicos de síntesis como fertilizantes, plaguicidas, antibióticos, etc., con el objetivo de preservar el medio ambiente, mantener o aumentar la fertilidad del suelo y proporcionar alimentos con todas sus propiedades naturales”. Algunas prácticas más o menos vinculadas con la agricultura ecológica son el uso de controles biológicos, como feromonas y plaguicidas microbianos, ingeniería genética y los métodos de disrupción de la reproducción de insectos para el control de las plagas. También se opta por la diversificación de los cultivos, la rotación de cosechas, el uso de las llamadas cosechas trampas que atraen a las plagas hacia otras plantas para que no ataquen a la cosecha principal, medidas mecánicas en vez de químicas (p.e., el agua caliente puede tener casi tan buen efecto sobre pulgones como los plaguicidas), la liberación de otros organismos que combaten a las plagas, como son sus predadores y parásitos naturales, el uso de plaguicidas biológicos, la esterilización de los machos de especies invasoras, etc.

En ocasiones estos medios pueden suponer costes adicionales y se necesitan ayudas específicas para extender su utilización, pero suponen alternativas reales que no deben desdeñarse. En Suecia se ha conseguido reducir a la mitad el uso de plaguicidas en los cultivos con una reducción mínima de las cosechas y en Indonesia, los productores de arroz han disminuido el uso de plaguicidas en un 65% mientras que sus cosechas aumentaban en un 15%.

Artículo original publicado en la revista La Tierra del Agricultor y Ganadero nº 256, accesible aquí



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